De gordita humillada a futura reina, la "otra" vida de Máxima también da tela para cortar
De joven era gordita y tímida. A pesar del círculo social que frecuentaba, no pertenecía a una familia de gran poder adquisitivo. Sus compañeras de colegio le daban la espalda y los chicos nunca la invitaban a salir. Su madre la “torturaba” para que hiciera dieta. Hoy, Máxima Zorreguieta está cerca de coronarse reina de Holanda.
Anoche, “70.20.10, Así comenzó todo”, el programa que Chiche Gelblung conduce todos los sábados a las 21 por Canal 13, realizó un informe sobre “Máxima: una historia real”, un libro pronto a aparecer que cuenta la vida solapada, olvidada y carente de luces de esta rubia de sonrisa amplia que se ganó el corazón del príncipe Guillermo Alejandro, el de su familia y el de todo el pueblo holandés.
Quien comience a conocerla, entenderá el porque de un libro que cuente la vida de Máxima. Desde sus comienzos en el exclusivo colegio Northlands, pasando por sus estudios en Economía en la Universidad Católica Argentina (UCA) y su desarrollo profesional en Estados Unidos, hasta desembarcar en la corona holandesa, esta mujer recorrió un largo camino.
Máxima nació el 17 de mayo de 1971 y creció en un modesto departamento de Barrio Norte, sobre la calle Uriburu. Si bien sus padres no poseían un importante caudal económico, lograron inscribir a su hija en Northlands, un colegio al que sólo acceden los chicos de las familias tradicionales argentinas.
Sus estudios universitarios los cursó en la UCA y cuando se graduó se fue a probar suerte a Nueva York. En Manhattan vivía en un pequeño departamento, con la plata justa que, sin embargo, solía administrar e invertir muy bien. El tiempo daría cuenta de estos aciertos.
Desde chica Máxima sufrió el desdén de sus compañeras de colegio porque no pertenecía, como ellas, a una de las familias más ricas del país. Sus compañeros, en tanto, no se sentían atraídos por esta gordita tímida. Mientras que en su casa, su madre, María del Carmen Zorreguieta Cerutti controlaba absolutamente todo lo que comía, en el afán de que su hija pudiera bajar de peso. Sin embargo, la hoy princesa siempre lograba hacerse del pote de dulce de leche para comerlo durante las noches en su habitación.
Ya en Manhattan, Máxima invertía su dinero en comprarse ropa elegante y sobria e ir a la peluquería una vez a la semana, mientras corría todas las mañanas por el Central Park, conocedora de que la imagen, muchas veces, es más fuerte que mil palabras.
En aquellos tiempos tuvo una breve relación con un alemán, que pronto caería en el olvido. En un viaje por placer que realizó a España, un hombre alto y colorado la invitó a bailar, en una fiesta en Sevilla. A la vuelta de aquel encuentro, el alemán (con quien mantenía una relación conflictiva) debió dejar el departamento de ella, que él a veces habitaba.
Así fue como el príncipe Guillermo tenía el camino libre para poder visitarla cuando quisiera en aquella fría y distante Manhattan. En tanto que Máxima pasó de sufrir por no poder veranear en Punta del Este, como lo hacían sus compañeras, a cobrar 7 millones de dólares anuales de la corona holandesa por gastos de representación, y a prepararse para ocupar sillón de la reina en poco tiempo más.
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